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jueves, 8 de noviembre de 2012

La justicia no juega al fútbol


Cuento que escribí hace poco más de 3 años, inspirado por -y dedicado al- Puebla y a los Indios de Ciudad Juárez del Clausura 2009, por tan sensacional temporada y por hacernos creer nuevamente en los milagros a todos los que nos gusta el fútbol. Ya lo había publicado en mi blog personal, mas no se por qué nunca lo había compartido en este espacio. Espero les agrade.

-Negros apestosos. –Gruñó en silencio Morales. El sudor le empapaba el rostro como un grifo descompuesto. –Esos malditos negros, negros apestosos. ¿Quién se creen que son para ganarnos?

El balón giraba aún dentro de la portería. La sombra en el pasto de un agitado pero satisfecho Zurdito Quintana jadeaba, mientras sus compañeros se aglutinaban en torno a él y lo felicitaban. Su sonrisa tenía en esos momentos un brillo muy particular, un brillo propio.

-Esos malditos negros, negros apestosos. –Repitió Morales–. Hace un año estaban en segunda, y hoy creen que pueden venir a anotarnos gol en nuestro propio estadio.

El fervor en la tribuna iba apagándose lenta, constantemente. Lo que hace apenas 8 días eran aplausos, ahora eran abucheos: Morales había estrellado el esférico en el estómago del portero de los Coyotes, algo ciertamente inadmisible para el campeón de goleo vigente.

-¿A mí qué me importan ellos? –Morales exprimía con evidente rabia la bolsa cuyo líquido hidratante manchaba la blanca playera que en su reverso mostraba altivo el “9”. El nueve del "Zopilote" Garibay, el nueve del "Torero" Rodríguez; el nueve de José María Figueroa, delantero implacable cuyo magistral cobro de penalti –con ese inmortal cañón que tenía de zurda- le había dado a las Panteras la Copa Interamericana, ¡el logro más grande en la historia del club!

Durante el medio tiempo, a Morales le dio un repentino escalofrío en el túnel rumbo al vestidor. Se recordó a los 9 años, detrás de la portería sur de ese mismo estadio, celebrando junto a su papá el gol del ‘Chema’ Figueroa, el día de la conquista de la Interamericana. Morales visualizó con toda nitidez el momento en el que sus ojos hicieron contacto con los de "Chema", quien sonreía vivazmente al tiempo que lo señalaba con su índice derecho. Para Morales, este evento había sido una “llamada del destino”, sabía que él de grande quería ser y sería, –se había repetido hasta el cansancio- como Figueroa.

En estos momentos, esos recuerdos le acarreaban una responsabilidad enorme: ahora era él el heredero del mítico número 9 de las Panteras, el equipo más exitoso y odiado de la nación. Tenía encima de sí a la afición, a sus compañeros de equipo, al cuerpo técnico, la directiva, a los detractores y –creía él– hasta las redes de las porterías, tantas veces acariciadas por balones pateados por él, quienes lo veían y sentían como el guía, el líder, el que ‘se echará el equipo al hombro’ y sacará adelante una eliminatoria que, al menos en el papel, lucía a modo. No podía fallar.

-Negro maldito, negro apestoso. ¿Quién se cree que es este Zurdito para quitarme las portadas y los reportajes que hasta hace una semana yo acaparaba? Morales se levantó y observó al número 8 de los Coyotes gemir y retorcerse de dolor en el suelo. -¡No manches, ni lo toqué! ¿Qué juego estás viendo? Le gritó al árbitro después de que éste le mostrara la tarjeta amarilla. Volteó hacia la banda, el Zurdito Quintana se había incorporado casi mágicamente de la camilla y ya trotaba como si nada. El jugador de los Coyotes le sonrió, y Morales escupió con desdén hacia el pasto antes de regresar a su posición.

-¡5 minutos de compensación! ¡No seas cobarde, no se perdió tanto tiempo en el partido! Ahora era Quintana quien era amonestado –por reclamar airadamente, se leería en el reporte arbitral–. Sin embargo, seguía sonriendo. De la banca le hacían señas, el partido estaba ya terminado y no había porque arriesgar más; la indicación era ahora que bajara a marcar. Morales estaba en el círculo de la media cancha, desolado e incrédulo ante lo que estaba pasando. Podía escuchar con toda claridad los cánticos recriminatorios por parte de las porras, y ante ello optó por mirar hacia el cielo. El brillo lo deslumbró, y por un instante vio frente a sí de nueva cuenta el índice del Chema apuntando hacia él, pero ahora no sonreía.

-Fallaste, me fallaste. ¡No eres digno de portar mi número!, ¡no eres digno de jugar en las Panteras!

Esas palabras retumbaron en su cabeza. No sólo había desperdiciado otro par de acciones claras de gol; sino que, aún más, los Coyotes -ese equipo que hace apenas un mes peleaba por no descender a segunda división- les arrebataba en su propia casa el pase a la final del torneo; jugando un fútbol alegre y dinámico, además de poner en ridículo a nivel nacional al conjunto que era señalado por los analistas, críticos y expertos como el favorito para salir campeón.

-No es posible, malditos negros, negros apestosos. –Morales se llevó las manos al rostro en cuanto el árbitro levantó sus brazos y silbó, indicando el final del partido.

-La verdad es que siempre te he admirado, y ojalá pueda llevar mi carrera como tú. –El Zurdito Quintana le entregó su playera a Morales, le dio un par de palmadas en su hombro desnudo y se alejó. –Gracias, -murmuró Morales y se dio vuelta para observar a Quintana siendo literalmente devorado por una creciente horda de camarógrafos, fotógrafos y reporteros. Era sin duda el hombre del momento.

-Maldito negro, no creo que corras con tanta suerte, ni que esta vida te dure mucho. Disfruta el sueño ahorita, que mañana despiertas. –Morales sonrió maliciosamente y avanzó con cierta lentitud rumbo al vestidor. -Una lesión, una pelea con algún entrenador o con algún directivo, problemas económicos, que el día de mañana se lleven a los Coyotes a jugar a otra ciudad y con otro nombre… en dos años nadie se acordará de ti, y mi retiro será el evento futbolístico del año. –Morales volteó a ver la cancha por última vez. Estaba seguro que, como tantas otras veces había atestiguado, el tiempo le daría la razón, sus palabras se volverían realidad.

-Maldito negro, negro apestoso. Te falta aprender aún que la justicia no juega al fútbol.

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